Número 122 - 2ª Quincena Junio 1997. 

El Euro: un medio para un gran fin

(*) Josep Mª Jordán


Se pedía debate y ha llegado el debate. Tanto en los ámbitos académicos y profesionales, como en los políticos. Lo han propiciado, sobre todo, las recientes elecciones celebradas en algunos países europeos, con los cambios de signo a que han dado lugar. Sin embargo, sigue haciendo falta un mayor esfuerzo de clarificación de cara al ciudadano y a los hombres y mujeres de empresa. ¿Tiene razón Lionel Jospin cuando afirma que se está construyendo una Europa monetarista de espaldas a los ciudadanos, y pide que vayamos hacia una Europa social frente a la económica?. ¿O tiene razón Helmut Kohl cuando señala que la creación del euro es una oportunidad histórica que puede no volver a presentarse, y aduce que la moneda única será el fundamento de la paz y la libertad en Europa?.

Urge tener respuestas claras al respecto, porque la creación de una moneda única está a punto de suceder ya y creo que lo hará sin retrasos. En menos de un año se decidirá qué países, en función de sus equilibrios macroeconómicos, comenzarán la unión monetaria en 1999. Por entonces entrará en funcionamiento el Banco Central Europeo y, tras un período transitorio, en el año 2002 desaparecerán las monedas nacionales y el euro se constituirá en la moneda única de la Unión Europea (UE).

La integración europea constituye un proceso cuyos orígenes se sitúan en el período de reconstrucción de la posguerra y que ha ido avanzando desde entonces tanto en extensión como en profundidad, si bien combinando fases de una mayor celeridad con otras de un cierto estancamiento. Los factores que motivaron la integración europea fueron tanto políticos como económicos, pero los cimientos de dicha integración fueron y continúan siendo, sobre todo, de carácter económico.

Cuando se fundó la Comunidad Económica Europea en marzo de 1957, ésta se planteó constituir un mercado común como medio para promover un desarrollo armonioso del conjunto de la Comunidad y unas relaciones más estrechas entre los Estados miembros. El logro del mercado único o común sólo se pudo alcanzar, sin embargo, en 1993, gracias al impulso integrador del Acta Unica Europea. Y bien, en base a la misma y, sobre todo, al Tratado de la Unión Europea (o de Maastricht), se formula la meta de la Unión Económica y Monetaria como vía para culminar el proceso de integración económica iniciado en los años cincuenta. Todo ello como medio para conseguir el fin último que pretende el Tratado: promover un progreso económico y social equilibrado y sostenible, y crear una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa.

La moneda única representa, así, la culminación del mercado único europeo. El proyecto se pone en marcha porque se cree que el pleno aprovechamiento, la extensión y la consolidación de un mercado interior unificado en Europa requiere de una moneda única. ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de una unión monetaria?. ¿Cuál es su posible impacto sobre el crecimiento, el empleo y el bienestar de los países europeos?. ¿En qué grado exigirá ese nivel de integración económica un avance paralelo en la unión política?.

En cuanto a las razones a favor, se ha destacado que la moneda única puede ayudar a mejorar el funcionamiento del mercado único europeo, ya que éste sólo será percibido como tal, de manera completa, en la medida en que los distintos agentes económicos lleven a cabo sus transacciones en la misma moneda. Habrá con ello una reducción de los costes de transacción, una menor incertidumbre y una mayor transparencia de los mercados, lo que puede facilitar los intercambios y los proyectos de inversión europeos.

Además, la unión monetaria es una buena respuesta europea a las exigencias que impone el alto grado de globalización económica y financiera a que ha llegado el mundo en la actualidad. Ese contexto premia cada vez más la estabilidad como base para el crecimiento, y por el contrario penaliza a las economías más inestables. De ahí que la Unión Económica y Monetaria, al generar un marco de estabilidad macroeconómica, cree también unas condiciones adecuadas para desarrollar el potencial de crecimiento europeo y, por ende, la generación de puestos de trabajo.

No creo que quepa presentar, así, a la moneda única como destructora de empleo, ni como algo que atente particularmente contra el modelo social europeo. Por el contrario, en la medida en que la unión monetaria asegure un entorno de estabilidad de precios, de bajos tipos de interés y de certidumbre para el desarrollo de los procesos de inversión, debe tener efectos beneficiosos sobre el empleo. Otra cosa es que, como una buena parte del desempleo europeo es de carácter estructural, además de crecer será preciso adoptar otro tipo de políticas apropiadas al respecto.

La moneda única, y el esfuerzo que entraña su preparación, comportan el alcance de unos objetivos de convergencia nominal que son muy positivos porque constituyen una condición necesaria -aunque no suficiente- para el logro de una convergencia real entre los distintos países europeos. Sin convergencia nominal (esto es, sin estabilidad macroeconómica) no puede haber una convergencia real (esto es, una aproximación en los niveles de renta y bienestar). Ahora bien, esta última requiere a su vez otro tipo de políticas. A la postre, en países como España será preciso combinar las políticas en favor de la estabilidad con otras que impulsen nuestra capacidad de crecimiento.

Para el buen funcionamiento en general de la Unión Europea, la unión monetaria requerirá también de un presupuesto comunitario más ambicioso con el quje reforzar las políticas de solidaridad y de cohesión social, y ello exigirá, sin duda, más unión política. Téngase en cuenta que, en todo proceso de unión monetaria, como se unifica la política monetaria y desaparecen los tipos de cambio entre países, el problema es si surgen choques asimétricos en los distintos territorios de la unión. En ese caso, sería fundamental disponer de un importante instrumento de actuación a nivel europeo (una política presupuestaria comunitaria mediante un cierto federalismo fiscal) y ello no existe, por ahora, en la Unión Europea.

Afortunadamente, las diferencias estructurales entre España y los otros países de la Unión Europea se han reducido notablemente (ya que un 60% de nuestros intercambios con los mismos tiene el carácter de comercio intraindustrial), por lo que la posibilidad de choques asimétricos es ahora menor en España. El problema lo acusarán en mayor medida las regiones muy especializadas. Ahora bien, la Comunidad Valenciana resulta menos vulnerable dado que nuestra estructura productiva se halla bastante diversificada.

Cabe presumir también que con la unión monetaria se intensifiquen los procesos de concentración territorial de la actividad productiva aprovechando las economías de aglomeración, así como los procesos de reestructuración productiva y de concentración empresarial, todo lo cual podría afectar negativamente a las regiones periféricas. En ese sentido, es importante adoptar una estrategia político-económica que cuide la adecuada especialización de la Comunidad Valenciana (vía diferenciación de nuestros productos e intensificación del comercio intraindustrial), mientras se preserva a la vez la diversificación de nuestra estructura productiva.

En todo caso, para que la unión monetaria europea pueda aprovechar al máximo sus ventajas y tiendan a reducirse sus efectos negativos, será preciso que se avance simultáneamente en dos campos complementarios. Por un lado, dando pasos sucesivos hacia una mayor armonización fiscal y un mayor presupuesto comunitario que sirva como instrumento de política de reajuste territorial (a través de los fondos estructurales). Por otro lado, dotándose de una mayor unión política. En ambos casos, sin embargo, aunque hay un cierto movimiento, los avances son muy tímidos por ahora.

(*) Catedrático de Economía Aplicada de la Universitat de València
Miembro de la Junta de Gobierno del COEV

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